lunes, 12 de junio de 2017

El taller de cartas



Uno de los talleres que más disfruto es el de cartas. Parece un poco absurdo escribir cartas hoy, con todos los medios electrónicos que tenemos, por voz o texto, verdaderamente instantáneos (y que dan la impresión de inmediatez), pero creo que la carta permite algunas formas de comunicación más sutiles, incluso más que el correo elecrónico. Sobre todo si es una carta escrita a mano.

No sólo está la letra con la que uno escribe (¡y da trabajo a los grafólogos!), sino que hasta el papel y el color de la tinta que uno elige son significativos. Además del aspecto visual, está el táctil, con la textura del papel, y el olfativo—si uno eligiese perfumar la carta, por ejemplo. Y supongo que si uno se ve urgido a destruir la carta, siempre se la puede comer: podríamos añadir a la lista de estímulos epistolares el gustativo. El auditivo se podría dar cuando uno arruga el papel o lo rompe, lleno de rabia o angustia por lo que pone la carta, o lee la carta en voz alta, o al leerla recuerda la voz de la persona remitente. ¿El recuerdo de una voz cuenta como sonido? Todo esto es para decir que la carta escrita a mano ilumina los sentidos de otras maneras, distintas a las de otros medios.

No digo que la carta haya de tomar el lugar de los otros medios, como los otros medios han tomado el de la carta, no se trata de revertir el paso del tiempo y la tecnología, se trata de sumar, o de no restar. En otras palabras, la idea es crear riqueza expresiva.

La carta posee un aura: parte de la mano de otra persona; en sí misma ya es un objeto personal, uno que se comparte. El taller de cartas está para hacer de ellas objetos que el receptor quiera conservar, incluso atesorar.

Hoy, cualquier comunicación viene cargada de urgencia. La carta requiere tiempo, tanto en la escritura como en su traslado. Un amigo me dijo el otro día que para él escribir cartas es una forma de meditación. Los servicios de correo son lentos, y uno puede esperar durante semanas a que llegue una carta. El tiempo que uno dedica a su escritura puede servir para aclarar ideas y sentimientos. La buena práctica de escribir un borrador y luego hacer una copia en limpio permite llegar a una mejor expresión de lo que uno quiere decir. La escritura a mano, también aporta una lentitud muchas veces necesaria.

Una carta escrita a mano puede contarnos muchas cosas del estado de ánimo de su autor, de su personalidad: bueno, eso requiere un poquito de pensamiento mágico. Que no me parece mal.

La carta, además, puede incluir otros elementos: collages, dibujos, acuarelas y toda clase de objetos más o menos planos, según el tamaño del sobre. Esto aumenta ese carácter aurático de la carta, el objeto preciado, atesorado.

Y esa es precisamente una de la funciones principales de este taller: convencerse de que uno puede crear algo que para otra persona pueda ser un tesoro, o algo que dé placer, totalmente gratis, y sólo con la esperanza de que la otra persona responda con entusiasmo parecido. En este sentido, toda carta es ya una carta de amor.

Producir, enviar y recibir pequeños tesoros, esa lentitud, ¿no nos hace falta un poquito más de esto en nuestras vidas ajetreadas y sobrecargadas de lo instantáneo y la prisa?

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